Entusiasmado le cuento a mi medico de mis proyectos a realizar con mis “gurises”, (así les llamo a mis alumnos) desde grabar un disco, hacer presentaciones en publico, continuar con los talleres de música y poesía y otros emprendimientos más…
El medico me mira con una mezcla de bondad y severidad, que solo los buenos médicos saben tener y me dice :
- Luis, todos tus proyectos me parecen maravillosos, pero creo que todavía no aceptas totalmente el hecho de que padeces una enfermedad crónica y que esto no solamente limita severamente tu calidad de vida, sino que también la cantidad de tiempo se va reduciendo. Para un tipo activo como vos, se que no es fácil aceptar esto, pero vas a tener que elegir muy bien lo que decidas hacer a partir de ahora porque para hacer “todo”, no vas a tener ni tiempo ni energía.
Esa fue la primera vez que realmente “me bajo la ficha”, hice el “click” interno y me di cuenta de que mi medico tenia razón…
Los días siguientes a esta consulta, no fueron fáciles, pase por los típicos estados de bronca, autocompasión y finalmente depresión para luego resucitar cual ave fénix.
Ahora a casi dos años de esa conversación aún intento aprender a convivir dignamente con mi enfermedad y, a decir verdad, a pesar de algunos altibajos, creo que no me va del todo mal incluso a veces siento que cierta paz me acompaña, que la identifico, con el nombre de “amable aceptación”.
Es real, los síntomas son bien concretos: hago la mitad de las cosas que hacia antes y me canso el doble…
No hay tiempo para lamentos.
En definitiva, irónicamente, de una sola cosa podemos estar seguros en la vida y es que la muerte es inevitable. En ese sentido una enfermedad crónica puede convertirse en una bendición, dado que nos ilumina sobre nuestros temores para transcenderlos y nos hace ver las cosas en su real perspectiva.
Lo primero que debí aceptar es que no soy dueño de mi vida, al igual que todos, estoy simplemente de paso, por lo tanto tampoco soy dueño de la muerte. Como bien lo dijo el poeta Pessoa
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Siento que si he sido invitado, a este viaje que es la vida, hay que tratar de vivirlo hasta el último minuto, hasta el último segundo lo más despierto posible.
Por eso en un día como el de hoy donde me reconcilio conmigo mismo , respiro y cantando esta canción, con “amable aceptación” digo:
Gracias, gracias, gracias…