jueves, 28 de mayo de 2009

teoria de la felicidad - alejandro rozitcher


1. La felicidad es como tomar un café: dura un ratito, pero su influencia se prolonga. Y no todos pueden con ella, a algunos les cae mal. Como el café, la felicidad te despierta, y se busca una dosis de ella para comenzar bien el día. Te despierta porque te hace ávido de más, de mundo, te sacude del sueño en el que hubieras querido seguir, cómodamente, y te hace posible las cosas. O te trae taquicardia, si no podés parar y resignarte a que la felicidad, como todo, debe encontrar su lugar en el tiempo y no admite abusos. Como el café, la felicidad habita en la intimidad, es un encuentro, y es caliente. La felicidad, como el café, también tiene estilos diversos: hay felicidades livianas, aguadas, que casi no tienen gusto, y otras felicidades fuertes, cargadas, sabrosas. Hay quien necesita endulzar su felicidad, porque eso le permite asimilarla mejor, y hay quien se la banca como es, con su sabor propio, fuerte y raro. Se supone que las mejores felicidades son las que vienen de Brasil, o de Colombia, o las africanas, porque la felicidad se manifiesta con movimientos espontáneos y primitivos. Pero si bien tiene ese origen muchos opinan que la logran mejor en Italia, donde saben transformar el grano de base en refinado sabor y sensualidad trabajada.

2. La felicidad es como un auto, te lleva y te trae, te hace mover, te desplaza, te saca de un sitio y te pone en otro. No está nunca quieta, y si se queda mucho tiempo en un mismo lugar cada vez le cuesta más el movimiento. Como sucede con los autos, hay felicidades caras y felicidades baratas, y se puede perder la vida a causa de una felicidad muy cara, o porque no es posible terminar de pagarla o porque fuiste muy rápido y te estrellaste contra algo. ¿Contra la velocidad de otro, yendo rápido para otro lado, o contra una felicidad frenada? Hay felicidades de segunda mano, que traen siempre algún problema, y felicidades 0 km, que pierden gran parte de su valor desde el momento mismo en que te subís a ellas. Hay felicidades con estilo, que duran mucho tiempo, y felicidades puro aspaviento y diseño, hechas para ser miradas. Hay felicidades muy inseguras, y otras confiables, preparadas incluso para la eventualidad de un accidente. Hay felicidades tan increíbles que no las podés sacar a la calle, que no te sirven para el mundo real, y que son como no tener nada: si querés salir tenés que llamar un taxi, felicidad humilde de otro que tal vez ni es dueño. La felicidad es también como un auto cuando es observado desde un colectivo, con envidia, por los que esperan poder llegar a tenerla o no tendrán nunca una.

3. La felicidad es como una computadora, compleja, casi mágica, insondable, siempre necesitada de alguna actualización. Como las computadoras, la felicidad es mejor cuanta más capacidad operativa pueda tener, y requiere de algún programa que la organice para poder usarse. Te los podés copiar, los programas, pero si traen un virus podés perder todo, y aunque sean más caros siempre son preferibles los programas originales y propios. La felicidad, como las computadoras, es siempre algo nuevo y cada vez más sencillo, aunque esa sencillez aparezca como resultado de un trabajo cada vez más complejo y delicado. Y, como con las computadoras, las felicidades requieren siempre de una energía que las alimente, o la red social de la electricidad o la pila que te permite una autonomía relativa. Podés estar sin contacto un tiempo, pero pronto es necesario volver y recargarla. La felicidad es también como una computadora porque siempre le pasa algo. Cuando funciona es bárbara, pero cuando falla puede crearte problemas infinitos: perdiste muchos archivos y no los vas a recuperar nunca. No hay peor nunca que el de la felicidad perdida.





4. La felicidad es como un rompecabezas: tenés que armarla. La imagen completa sirve de guía, pero igual tenés que pasar mucho tiempo observando cada pedazo para saber dónde encaja. A veces te parece que falta una pieza y no la vas a conseguir jamás, pero un azar te la revela y te das cuenta de que estuvo siempre ahí y lo que pasaba era que no habías sido capaz de verla. Lleva tiempo, y si te ponés impaciente y pretendés forzarla terminás poniendo cualquier cosa en cualquier parte. La felicidad es un proceso y cuando la tenés lista te das cuenta de lo lindo que fue lograrla, y querés hacer otra. No es por inconformista, en el mejor de los casos, sino porque lo mejor es ese darle vueltas a las cosas hasta conseguir que encuentren su lugar. Hay felicidades de 30 piezas, las infantiles, y felicidades de 5000 piezas, que sólo pueden ser armadas por quien tenga una larga experiencia. ¿O esas son las felicidades imposibles de los obsesivos, que han fragmentado tanto su mundo que no consiguen armar nada? Hay felicidades que tienen demasiado detalle y no terminás de armarlas nunca, y hay felicidades más sencillas, en las que la figura se ve más clara y pueden ser construidas en un tiempo razonable.


5. La felicidad es como la lluvia, está ligada a una sensación de tristeza, pero es hermosa y lo baña todo. Envuelve a la realidad entera y si es demasiado fuerte uno tiene que salir con paraguas para protegerse un poco. Hay quien gusta de salir a empaparse, pero después puede aparecer un resfriado o algo peor. La felicidad puede ser tenue como la garúa o feroz como una tormenta, puede ser persistente y durar y durar, o brevísima, llegar y en un instante desaparecer, dejando todo renovado y un aire más limpio detrás de ella. La felicidad como la lluvia lava las cosas, da una sensación de nuevo principio, de mundo flamante, pero también, si insiste y no cede, puede inundarte y hasta matarte. Nos alimentamos de esa cuota de felicidad que cae periódicamente y cuando falta la tierra es árida y la vegetación escasa. La felicidad, además, como la lluvia, te conecta con tu mundo interno, lo hace evidente y lo proyecta.


6. La felicidad es como una planta, crece si la regás, y tiene su ritmo propio. Si te olvidás de ella y no la cuidás no prospera. Sabe cómo crecer, pero hay que ocuparse o queda raquítica o se seca. Surge de otras felicidades, y se reproduce también en felicidades nuevas. En muchas felicidades, como en muchas plantas, podés cortar un pedacito y dar origen a otra felicidad. O hacer un injerto, juntar dos felicidades y dar lugar a una tercera distinta. Es orgánica, nace, crece, se reproduce y muere. Pero a lo largo del período de su duración es capaz de dar semillas para miles de felicidades nuevas. La mayor parte de ellas se pierden, pero algunas crecen y por eso la felicidad siempre se renueva.


domingo, 24 de mayo de 2009

Erase una vez...


CAPERUCITA ROJA (versión políticamente correcta)
Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.

Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.

-Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.

-No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.

Respondió Caperucita:

-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.

Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.

Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

-Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.

-Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.

-¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.

-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.

-Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.

-Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

-Soy feliz de ser quién soy y lo qué soy -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.

Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.

-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.

-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?

Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
James Finn Garner

jueves, 21 de mayo de 2009


QUIEN POR FUEGO

Y ¿ quién por fuego ?
¿ Quién por agua ?
¿ Quién a la luz del sol ?
¿ Quién por la noche ?
¿ Quién por los tratos más altos ?
¿ Quién por confianza corriente ?
¿ Quién en tu montaña sagrada de Mayo ?
¿ Quién por una decadencia muy lenta ?
Y ¿ quién quieres tu que diga que está llamando ?

¿ Quién por el solitario paso de ella ?
¿ Quién ha conseguido nuestra pequeña virtud ?
¿ Quién por los reinos de amor de él ?
¿ Quién compra algo planeado ?
¿ Quién compra la tierra ?
¿ Quién ha obtenido el poder ?
¿ Quién por su avaricia ?
¿ Quién por su hambre ?
Y ¿ quién quieres tu que diga que está llamando ?

¿ Quién por valiente ascensión ?
¿ Quién por accidente ?
¿ Quién en soledad ?
¿ Quién en este espejo ?
¿ Quién por las razones del intruso ?
¿ Quién por él hecho su dominación ?
¿ Quién con cadenas mortales ?
¿ Quién en poder ?
Y ¿ quién quieres tu que diga que está llamando?






Los pájaros cantaron
al hacerse de día.
“Empieza de nuevo”,
oí que decían.
No pierdas el tiempo
Pensando en lo que ya pasó
o en lo que aún no ha pasado.

Suenan las campanas que todavía puedan sonar.
Olvida tu ofrenda perfecta.
en toda cosa hay una grieta,
es por ahí donde entra la luz.

LEONARD COHEN